Carlo R. Sabariz
Desde hace cinco años vienen repitiéndonos como un
mantra eso de: «¡Han vivido ustedes por encima de sus posibilidades! ¡Ahora hay
que apretarse el cinturón!». Ya se sabe: una mentira mil veces repetidas acaba
por sustituir a la verdad. Y claro, uno, si no es de «poner la otra mejilla, y
la otra, y la otra…», pues no le queda más que indignarse, porque dígame usted
cómo vive uno más allá de lo posible. Que se sepa, esta capacidad solo ha
estado en manos de los dioses, hasta ahora.
En el mundo no metafísico, esto de «vivir por encima
de las posibilidades» es una contradicción entre términos. Por ejemplo, por
naturaleza, volar no forma parte de las posibilidades humanas. Por mucho que
nos empeñemos, intentar levantar el vuelo como lo pueda hacer una paloma desde
una azotea, sigue siendo un acto temerario e infructuoso. Otra cosa es que le
proporcionemos al osado algún medio o artilugio, por ejemplo, un ala delta con
motor. Esta ha sido la grandeza del humano: desarrollar la tecnología para
proporcionarse capacidades, y llegar a donde no llegaba por sí mismo. Pero
saltar por encima de lo posible… Esto, hasta el momento, nunca se ha visto.
Esta contradicción no es lo peor, lo más reprobable es
que forma parte de una estrategia que busca inocular en el ciudadano de a pie
un sentimiento de culpa y corresponsabilidad. La operación está clara: para que
el ciudadano medio pague sin rechistar la mayúscula factura, debe sentir que él
también es culpable de este tremendo desaguisado.
En verdad, la economía es un terreno complejo e
incierto, pero hasta donde sabemos, en el mismo momento en que se crea el
dinero se crea la deuda. Es como lo del huevo y la gallina, no se sabe qué va
primero. Desde la implantación del euro como moneda única, el Banco Central
Europeo es la institución que tiene la potestad de emitir dinero. Los bancos
privados y públicos se lo compran a un bajo precio, adquieren una deuda, y aquí
se inicia el movimiento del capital, ese movimiento sagrado que, como el agua,
si se estanca, acaba por contaminarse.
Recapitulemos. Por un lado, nos intentan hacer creer
que tener deudas es un pecado, para de ese modo hacernos sentir partícipes y
culpables de esta situación, pero por otro lado: ¡La deuda es el momento cero
sobre el que se construye este aparato económico y financiero! ¡La deuda es el
pecado original de este sistema!
La cuestión que viene a continuación es: ¿cómo se
gestiona esa deuda, y quién la gestiona? Evidentemente, no es el ciudadano el
que controla las cuentas públicas y los movimientos financieros. ¿Quién
organiza y gestiona los presupuestos del Estado? ¿Quién supervisa las
operaciones de los bancos privados? ¿Quién se sentaba en los consejos de
administración de las cajas de ahorro? ¿Quién puso esas posibilidades en manos
de la gente, y le dijo al cliente: «No se preocupe usted, igual que paga la
hipoteca, puede pagar la letra de un coche nuevo?» ¿Quién encargó los proyectos
faraónicos como la Cidade da Cultura o los aeropuertos para peatones?
Demasiados balones fuera para tantas preguntas.
Pulicado no
Progreso o 23-3-2013
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