Carlo R. Sabariz
Este fin de semana nuestra ciudad se engalana para
celebrar el Arde Lucus, una fiesta que surgió hace poco más de diez años y que
los lucenses han acogido con gran entusiasmo. Quisiera empezar por felicitar a
los promotores de esta fiesta pagana, pero sobre todo, a la sociedad lucense
por haber demostrado en esta ocasión ser más derridiana que cartesiana. Me
explicaré.
Frente a la manía occidental de comprender las cosas
remitiéndolas a un único origen, al modo en que lo hacen los monoteísmos o el
propio Descartes, el pensador francés Jacques Derrida sostenía que pretender
reducir los sucesos a un único principio no hace justicia a la diversidad de lo
real. Más que un origen absoluto, lo que tenemos es un juego infinito de
huellas, un haz de rastros que la memoria se esfuerza por no perder. Bajo esta
perspectiva, nunca se da una fundación pura de algo porque nunca se crea desde
cero, siempre hay un antecedente, un suelo sobre el que se levanta. En rigor,
lo que tenemos son continuas refundaciones.
La historia de nuestra ciudad corrobora esta visión.
Después de coronarse emperador, pelear en todas las esquinas del imperio y
librar varias luchas internas, Octavio Augusto decidió que era momento de dejar
de guerrear y buscó afianzar el territorio conquistado. Sabía que los pueblos
celtas eran duros de pelar, y que no se dejarían asimilar así por así aun
después de la derrota. Envió entonces a Paulo Fabio Máximo al norte de Hispania
a negociar con los jefes de estos pueblos y dejar sentada una paz duradera. Paulo
Fabio consiguió sellar los acuerdos, rubricándolos mediante el rito del
‘sacramentum’, esto es, un pacto que implicaba un juramento ante los dioses. En
este rito, Augusto era representado como un ser sagrado que se hacía coronar
ante la multitud como el dios pancéltico Lugh, dios de la luz. De este
acontecimiento han llegado hasta nosotros monedas en las que en una cara
aparece la imagen de Augusto como Pontífice Máximo, y en la otra se representa
el altar de Lugdunum, en inequívoca referencia al dios Lugh. De esta manera, el
emperador romano se igualaba al más importante dios celta, y al identificarse
con él, se investía del peso de lo sagrado y preparaba así el terreno para ser
aceptado por los nativos celtas. Sin duda, tan alta era su autoestima como sus
dotes para el márketing.
Este rito se celebró en la fundación de varias
ciudades importantes de esa época, como Braga o Lyon o Lugo. Allá por el año 25
a. C., Paulo Fabio ofició esta ceremonia en lo alto de una colina, entre los
árboles de un frondoso bosque, la urbe tomó el nombre de ‘Lucus Augusti’, ‘el
lugar o el bosque sagrado de Augusto’.
De este modo, y llegamos por fin a donde quiero
llegar, el nacimiento de nuestra ciudad supone la confluencia del mundo celta y
el mundo romano. Por eso celebro que, a pesar de que el Arde Lucus se propuso
en un principio para conmemorar el origen romano de la ciudad, muchos lucenses
hayan reivindicado el lugar que el mundo celta se merece en esta fiesta.
Así que, por Tutatis!! Brindemos con esos locos
romanos!!
Publicado no Progreso 15-6-2013
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