Carlo R. Sabariz
Desconozco por completo si el señor Mariano Rajoy ha leído el ‘Tractatus
Logico-Philosophicus’ de Wittgenstein, pero de lo que estoy seguro es de que
comparte su conclusión, la famosa proposición 7 que cierra el libro: «De lo que
no se puede hablar, hay que callar». Este es sin duda uno de los finales más
antológicos de la historia de la filosofía y, a pesar del ánimo cientificista
del libro, hay quien encuentra aquí un eco místico, pues en lugar de incitar a
la discusión o al diálogo, el aforismo parece invitar al silencio. Rajoy tiene
poco de místico, pero de silencios sabe un montón.
Yo le recomendaría a nuestro presidente que de Wittgenstein leyese sobre
todo las ‘Investigaciones filosóficas’, y así, tal como hizo el propio pensador
vienés, evolucione desde una posición analítica a una postura pragmatista y
plural. La filosofía analítica, que tiene el ‘Tractatus’ como uno de sus
momentos fundacionales, trabaja principalmente con el lenguaje. Parte del
principio de que pensamos a partir y a través del lenguaje, por lo que para
pensar bien debemos antes recapacitar sobre el lenguaje que usamos. Considera
que todos los problemas filosóficos en los que estamos inmersos no son más que
enredos lingüísticos, por lo que lo importante para la filosofía es llevar a
cabo un análisis previo del lenguaje y aclarar bien los términos que empleamos.
Los problemas pueden ser resueltos (o disueltos) reformando y conociendo mejor
el lenguaje.
Creo que el señor Rajoy, como los filósofos analíticos, es muy consciente
del papel determinante que juega el lenguaje, y en especial en el mundo de la
política. Este rasgo, que considero una virtud, debiera en buena parte venirle
de cuna. Primero, por ser gallego, lo cual incluye de serie un aprendizaje
natural de la relatividad y maleabilidad de las palabras. Segundo, por
pertenecer a una familia de juristas, lo cual da mucho que leer e imprime una
justa distinción entre la letra y el espíritu. Ya de mayor, supongo que debiera
llegarle sobre todo a través de Pedro Arriola, su asesor oficial, al que muchos
le reprochan su escasa implicación con el partido y su falta de compromiso
político y que pronunció aquello de «A mí no me pagan por cambiar la realidad,
sino por ganar elecciones».
El fin de semana pasado, Rajoy se reunió con su núcleo duro en Toledo,
incluido Pedro Arriola, con el fin de diseñar la estrategia de su partido de
cara al año electoral que empieza. En realidad, ya estamos en campaña
electoral, y a todos los efectos, esta reunión supone para su partido el
pistoletazo de salida. Ahora sí Rajoy parece dar un paso adelante y tomar la
iniciativa en un momento en que la mayoría de las encuestas les sitúa como
tercera fuerza política en intención de voto -menos las de Pedro Arriola, que
además, en palabras de la señora Cospedal, no hace encuestas, sino «estudios
demoscópicos»-.
El mensaje fuerte que Rajoy quiere transmitir se mueve como le es habitual
en una lógica dualista: con nosotros o contra nosotros, blanco o negro, Real
Madrid o Barcelona. En este caso la consigna es: «Nosotros somos la
estabilidad; los otros son la incertidumbre, el abismo, el caos». El mensaje es
sencillo y no dudo de que sea eficaz para su propósito de meter miedo y ganar
votos, aunque yo me pregunto que han tenido de estables estos tres años
-estables si acaso en el descenso de nuestro nivel de vida-. El objetivo es
demonizar a Podemos y desgastar al PSOE, al que consideran su verdadero rival
-junto a Ciutadans-. El otro pilar del mensaje es hacer hincapié en la mejoría
que ha experimentado la economía española a nivel macroeconómico -demasiado
macro y demasiado leve como para que nos hayamos enterado-.
Después de elegir a Carlos Floriano como director de campaña, Rajoy se ha
sacado un as de la manga y ha creado un nuevo puesto: un portavoz y responsable
de Comunicación en el comité electoral para la campaña del 24-M, y para él ha
nombrado al diputado popular por Ávila Pablo Casado. Hay varias lecturas
respecto a esta jugada. Lo primero es que Rajoy se ha vuelto a concienciar de
la importancia de la comunicación, y en particular, de la televisión y las redes
sociales, canales imprescindibles para hacer llegar un mensaje. Pero el
problema está aquí. Rajoy, como los filósofos analíticos, intenta crear un
lenguaje ideal, y después busca la manera más eficaz de hacerlo calar en la
gente. Pero a la gente lo que le interesa de verdad es poder desarrollarse,
tener trabajo, poder mantener una familia, y si acaso, intentar vivir con un
poco más de dignidad. Los mensajes son cantos de sirena sino constituyen
respuestas a estas necesidades.
Lo segundo es que elige para el cargo a una persona afín a Aznar y a
Aguirre, formado en Faes, y que defiende las tesis de éstos si cabe con más
fervor. Esto significa que Rajoy quiere recuperar la contundencia del mensaje
de su antecesor, cerrar filas y asegurarse el voto fiel.
Le recomiendo al señor Rajoy que lea las ‘Investigaciones filosóficas’,
para que vea, con Wittgenstein, que las acciones deben ir por delante de las
palabras, y cómo el lenguaje es un conjunto de juegos de lenguaje, una
pluralidad, algo semejante a una ciudad, donde hay un casco antiguo y barrios
que se van formando. Es el lenguaje el que debe surgir de las formas de vida, y
no al revés.
Publicado no Progreso o 17-1-2015
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