III Foro "Lugh Augusti"

sábado, 30 de enero de 2016

«Ni tan racionales ni tan importantes»



Carlo R. Sabariz

Lo bueno que tienen la filosofía y la ciencia, cuando trabajan juntas, es que nos ayudan a desmontar los falsos mitos que continuamente intentan vendernos como grandes verdades. Uno de esos mitos es el que dice: “Los humanos somos seres racionales, y esto es lo que nos distingue de los animales”. Bueno, aunque nos joda, ni esa racionalidad ni esa diferencia cualitativa respecto a los animales están tan claras. Ser racional significa poseer la facultad del entendimiento y actuar en base a razones. Pero, ¿razonamos siempre antes de tomar una decisión o acometer una acción? ¿No actuamos la mayoría de las veces o bien por impulsos o bien por rutina, por lo que nos gusta o atrae, o en función de lo que acostumbramos a hacer o está permitido? Solo ocasionalmente, sobre todo cuando nos encontramos con una nueva situación y un nuevo problema, es que nos ponemos a reflexionar. Esto es esporádico, y la mayoría de las veces, principalmente en el ámbito de las relaciones personales, primero actuamos, y si acaso, después pensamos en las razones (o excusas) que justifican esas acciones.
Es común también decir que los animales no son racionales. Yo no sé cómo ni cuánto piensan, pero siempre veo que actúan con mucho sentido. Por ejemplo, si atacan, solo lo hacen por dos razones: o porque la víctima es el eslabón anterior en la cadena alimenticia, o porque se ven amenazados y atacan para defenderse. Sin embargo, las razones o motivos del humano para ejercer la violencia son tan inextricables como los caminos que supuestamente conducen al Señor. Ahora sabemos que a la hora de actuar con respeto hacia los demás intervienen mucho más la capacidad de empatía, o la sympatheia, que la razón.
Darwin, aunque no fuera su intención, devolvió al humano al reino animal con su teoría de la adaptación y la selección natural; Marx le reveló que su forma de pensar está determinada por las condiciones socio-económicas en las vive; Nietzsche le anunció “La muerte de Dios”, el reconocimiento de que no existe nada transcendente y que es el propio humano el que crea sus valores y sentidos; Freud, con su estudio del subconsciente y la influencia que este ejerce en el comportamiento le descubrió su lado oscuro; Einstein le mostró que malamente se pueden buscar absolutos si hasta el tiempo es relativo a la velocidad del sistema. Estos son solo algunos de los pensadores que han contribuido a bajarle los humos al bípedo desplumado, en especial, al colectivo históricamente más engreído del gallinero: el varón blanco occidental.
Estos toques de atención debieran haber servido para que el humano deje de verse como el centro del universo. Creo que el sentirse demasiado importante es altamente perjudicial para la salud de las relaciones personales y para la salud del propio planeta. En este punto, comparto la recomendación del filósofo estadounidense Richard Rorty: Una dosis de ironía y escepticismo siempre vienen bien. Nos iría mucho mejor si no nos tomásemos tan en serio, al fin y al cabo, somos lo que somos principalmente por una serie de coincidencias y circunstancias azarosas.

Publicado no Progreso o 30-1-2016

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