III Foro "Lugh Augusti"

viernes, 27 de mayo de 2016

La violencia llama a la violencia



Carlo R. Sabariz

Thomas Hobbes, a mediados del siglo XVII, parafraseando a Plauto, decía: «El hombre es un lobo para el hombre». O lo que es lo mismo, un cabronazo de mucho cuidado que no hay que dejar a su aire. Hobbes, como buen empirista inglés, decía constatar una tendencia natural del hombre y una situación objetiva: cada uno tiende a apropiarse de todo lo que le sirve para su propia supervivencia y para aumentar su poder, de ahí que, ante la ausencia de reglas y restricciones fuertes, los hombres se encuentren en una permanente guerra de todos contra todos. Cada individuo es un átomo que busca su propio beneficio, y para que se pueda compensar y controlar este egoísmo, se hace necesario establecer un Estado absolutista. Así razonaba.
Lo cierto es que a Hobbes le tocó vivir unos tiempos difíciles, en los que estar en guerra era el pan de cada día, una circunstancia que al parecer le acompañó desde su nacimiento. En su autobiografía, cuenta que su madre tuvo que dar a luz de forma prematura ante el terror que le había producido la noticia de la inminente llegada de la Armada invencible. Hobbes comenta, en tono de broma, que su madre había parido a dos hijos: él mismo, más un hermano gemelo, el miedo.
Unas décadas más tarde, el pensador ginebrino Jean Jacques Rousseau dijo algo muy diferente: El humano es bueno por naturaleza, nace lleno de buenas intenciones, pero el problema es que la civilización lo corrompe. En contra de lo que defendía la Biblia, no consideraba el mal como algo originario, sino como algo derivado, de carácter social, un elemento fortuito dentro de la historia. Por ello, el individuo debe volver a su estado de naturaleza, a un estatus anterior al lío decadente de la vida en sociedad. Cabe notar que Rousseau se vio siempre invadido por una intensa sensación de extrañamiento. Vivió en Francia, donde a pesar de gozar de un cierto prestigio, siempre se sintió extranjero.
A Hobbes no le falta parte de razón, pero yo, sinceramente, estoy más con Rousseau (aunque lo de la vuelta a la naturaleza prefiero practicarlo solo de forma esporádica: dando un paseo por las orillas del Miño o yendo de excursión al Courel). Tengo dudas de que existan una maldad innata o un gen de la violencia, todo se empieza a joder por el camino. Aunque los niños pueden llegar a ser muy maquiavélicos, pienso que en ese momento ya están reproduciendo las tensiones y los conflictos que viven en su ambiente familiar o social. Las experiencias que vivimos van dejando huellas en nosotros, algunas más gratificantes, otras más amargas. Lo importante reside en cómo reaccionamos a esas malas experiencias, cómo las asimilamos y cómo nos determinan en el futuro.
Por supuesto, este proceso es siempre complicado, y en ocasiones extremas, el asunto se torna una tarea titánica. Por ejemplo, ¿cómo se queda uno si está un buen día en su casa y de repente una bomba cae y mata a sus hijos y a su mujer? Difícil digestión. La violencia trae consigo más odio y más violencia. Por eso fue revolucionario el perdón cristiano respecto al «ojo por ojo, diente por diente» hebreo. Era una manera de romper esa maléfica espiral.
Además de la violencia física o personal, hay también otro tipo de violencia, menos evidente, que el sociólogo y activista por la paz Johan Galtung ha llamado «estructural». Esta violencia es el fruto de la desigualdad en la distribución de los recursos y el poder. Aunque más silenciosa, fuerza a millones de personas a una vida de penurias y de merma en sus oportunidades de supervivencia, bienestar, identidad o libertad. Algo que ocurre dentro de las sociedades, pero que se puede extrapolar a nivel global, donde funciona también la perversa dinámica de países ricos y países pobres.
Creo que para entender los actos violentos debemos dejar de mirarnos el ombligo y aplicar una perspectiva más amplia. La violencia es un hoguera que lleva muchos siglos quemando y destruyendo vidas, en vez de pensar en términos de «buenos y malos», empecemos por preguntarnos: ¿no hemos alimentado, y alimentamos, ese fuego desde aquí (el mundo occidental), insultando, subyugando y explotando otras culturas desde tiempos inmemoriales?

Publicado no Progreso o 9-4-2016

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