Carlo R. Sabariz
Lo más
destacable de las elecciones municipales y autonómicas del pasado domingo ha
sido la fuerza con la que han irrumpido las plataformas ciudadanas. Estas
plataformas, que eligieron a sus candidatos y elaboraron sus programas en
asambleas abiertas -un sistema que también ha adoptado el BNG-, tendrán una
difícil tarea por delante dentro de las instituciones, pero junto a los
partidos emergentes, están poniendo en práctica una nueva forma de entender la
política.
No obstante, el
PP sigue siendo la fuerza más votada, pero también es la que más ha perdido en
votos y en cargos de poder. Una amarga victoria. El PSOE ha retrocedido un poco
respecto a las elecciones de 2011, pero recupera algunas alcaldías y
comunidades y continúa siendo el partido más votado de la izquierda. Han
frenado su caída y se dan por satisfechos. Entre los emergentes, Ciudadanos
parece haberse quedado a medias aunque, después de fagocitar a UPyD, se ha
consolidado como alternativa de centroderecha. En cuanto a Podemos, es
indudable que constituye una parte importante de este movimiento de cambio,
pero eso mismo, una parte. Pablo Iglesias haría bien en no arrogarse la marca y
el liderazgo de este amplio y diverso frente -por momentos, parece verse a sí
mismo como Luke Skywalker luchando contra las fuerzas del mal-, y creo también
que debería tomar nota del talante de Manuela Carmena, que sin dejar de tener
un discurso contestatario, mantiene en el fondo un tono conciliador y evita los
términos maniqueístas. Sin ir más lejos, Carmena ya tuvo el lunes oportunidad
de mostrar su benevolencia cuando, al respecto de Aguirre, declaró: "Creo
en la reinserción".
En el nuevo
horizonte político que se dibuja, las alianzas y los pactos deberán ser la nota
dominante, algo inusual en nuestra historia. Sí, no hay que escandalizarse por
esto, "ponerse de acuerdo" es un ejercicio mucho más útil y saludable
que tirarse los trastos. Será un reto para todas las fuerzas sin excepción,
aunque sobre todo pone en jaque a la vieja guardia. Los partidos tradicionales
están forzados a renovarse y a adaptarse a las nuevas formas que demanda la
ciudadanía.
El PSOE está en
ello y de momento va manteniendo el tipo. Izquierda Unida está menos unida que
nunca y se debate entre confluir con los movimientos ciudadanos y otras fuerzas
de izquierda o mantener una marca propia.
El PP, tras su
ostensible pérdida de poder, es ahora mismo un polvorín. La primera reacción de
Rajoy después de las elecciones fue mantenerse en sus trece. Intentó sacar
pecho por la victoria, y si acaso, reconoció tímidamente que los casos de
corrupción les habían pasado factura y que debían mejorar la comunicación. A
los dos días, ante las críticas y los anuncios de retirada de muchos de sus
barones, Rajoy se ha visto conminado, contra su naturaleza, a tener que admitir
la posibilidad de acometer algún cambio.
Decía Henri
Bergson que un individuo nos resulta cómico cuando se comporta de forma rígida,
mecánica, cuando no se amolda a las circunstancias del terreno. Por eso nos
hacen tanta gracia los tropiezos y las caídas. Rajoy, hasta subido en una
bicicleta, da sensación de rigidez.
Conservador
hasta la médula, el cambio y el movimiento no van con él. Ahora no le queda más
remedio que mover pieza, aunque conociéndolo, no pasarán de retoques. Gobernar
a golpe de decreto, no responder a las preguntas de los periodistas y los
ciudadanos, o la ausencia de autocrítica son formas que deben pertenecer al
pasado y dejar lugar a una cultura de la transparencia, la cooperación, el
diálogo y el consenso.
Publicado no Progreso o 30-5-2015
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