Juan Carlos Fernández Naveiro
“La filosofía proporciona un análisis y capacidad de reflexión transversal
que debería estar presente en todas las disciplinas que tienen por objetivo
mejorar la comprensión del mundo actual y desarrollar respuestas adecuadas a
los retos a los que nos enfrentamos“, “la filosofía es una disciplina que
estimula el pensamiento crítico e independiente y es capaz de trabajar en aras
de un mejor entendimiento del mundo, promoviendo la paz y la tolerancia”: estas
afirmaciones proceden de los documentos de la UNESCO que declararon en 2005 la
celebración del Día Mundial de la Filosofía, que desde entonces se celebra el
tercer jueves de noviembre para impulsar la importancia de la filosofía en la
cultura y los sistemas educativos.
Son afirmaciones bienintencionadas en lo que se refiere a los principios;
si por el contrario nos atenemos a la realidad observamos algo bien distinto:
la complicidad entre una sociedad cada vez más individualista y privatizada, y
las exigencias de publicidad y transparencia, con la constante exposición
digital. Si el clásico “idiotés” designaba al que se desentendía de la cosa
pública, hoy hablaríamos del ciudadano expropiado de sí y aturdido por el flujo
excesivo de datos. Es la misma coherencia que se da entre la privatización de
la filosofía, reducida a las terapias de autoayuda (donde tiene un gran éxito),
y el enfoque de su dimensión pública con el criterio de la inmediatez
utilitaria y el conformismo.
Lo que recibe promoción social es la integración en las ideas dominantes
mediante el consumo y la multiplicación de los datos en las redes. Bajo tal
perspectiva es lógico el debilitamiento de la filosofía en los sistemas de
enseñanza. Se impone una idea de la educación como proceso mecánico y
automatizable, en el que el arte de enseñar se sustituye por procedimientos
estandarizados que se inserten en el modelo empresarial del holding
público/privado, que es el destino de toda institución ilustrada (abreviando:
el modelo LOMCE).
¿Qué puede hacerse por la filosofía en su Día Mundial? Defenderla como bien
común, porque la filosofía puede ayudarnos contra las amenazas de un choque de
culturas, de religiones o de civilizaciones, cosa que no parece menor. La filosofía
puede contribuir a elaborar nuevas identidades enriquecidas con la diversidad,
y en lo educativo puede articular a los otros saberes e integrarlos en procesos
transversales de disciplinas que se realimentan y se conectan con la vida real.
Y para defender esta utilidad de la filosofía debe reconocérsela como un bien
civil y común, sustraída al interés comercial y a cualquier otra soberanía. La
protección jurídica del derecho a la filosofía, como parte del patrimonio
inmaterial de la humanidad, eso es lo que hemos defendido este 19 de noviembre,
y todo indica que habrá que seguir defendiéndolo todavía durante bastante
tiempo.
Publicado no Progreso o 21-11-2015
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