viernes, 28 de julio de 2017

El himno de la discordia



Carlos R. Sabariz

El pasado fin de semana se disputó la final de la Copa del Rey de fútbol entre un equipo vasco y uno catalán y, una vez más, gran parte de las aficiones le dedicaron una sonora pitada al himno español ante el semblante estoico y circunspecto de Felipe VI. Aunque esto se ha convertido casi en una tradición que no debiera sorprender a nadie, los elementos más reaccionarios del país aprovecharon la ocasión para lanzar sus improperios. Al poco de empezar el partido, el eurodiputado del PP Carlos Iturgaiz, haciendo alarde de una profunda capacidad reflexiva, soltó en Twitter: "Yo también quiero ejercer mi libertad de expresión para decir que todos los que han pitado el himno de España son unos hijos de puta". Es natural que el asunto dé mucho de qué hablar, puesto que los símbolos representan ideas y valores, pero otra cosa es llevarlo al plano de los instintos primarios.
En lugar de echar más leña al fuego, sería mucho más saludable (y propicio para una posible reconciliación) hacerse una serie de preguntas: ¿Por qué pitan el himno en el que supuestamente debieran reconocerse? ¿Qué ideas y valores representa esta pieza musical? ¿Se encuentran todos los españoles en condiciones de identificarse con este símbolo?
Por mucho que algunos se empeñen en imponer una visión unívoca y reduccionista, la realidad de este país está formada por una pluralidad de culturas que no siempre han pujado en términos de iguales. La mayoría de los países europeos adoptaron su himno nacional en la época del romanticismo y los nacionalismos, en el momento en que los pueblos alcanzaron una cierta soberanía y se liberaron del clima opresivo del Antiguo Régimen (la Marseillaise, el Canto degli Italiani, o hasta cierto punto, nuestro bellísimo Fogar de Breogán). Por su parte, el himno nacional español, la Marcha Real, proviene de la antigua Marcha de Granaderos, el toque militar que ese grupo de infantería interpretaba para rendir honores al Rey allá por el siglo XVIII. Como es obvio, no está capacitado para contar algún gran acontecimiento liberador con el que la gente pudiera identificarse, y eso que hubo varios intentos por ponerle letra (el general Prim en 1870 o el Comité Olímpico Español en 2007), todos infructosos. En cualquier caso, una marcha militar no requiere letra alguna (buscarle una no deja de ser un artificio). Cabe recordar que las funciones de la Marcha de Granaderos eran honrar al Santísimo Sacramento, al Rey, a los capitanes generales en ausencia de este, y al general del ejército en campaña; acompañar los desfiles de la tropa; y saludar a las banderas. Durante décadas, la Marcha Real compitió con el Himno de Riego por ser el himno oficioso. El Himno de Riego estaba inspirado en el pronunciamiento de este general en Las Cabezas de San Juan y la reinstauración de la Constitución liberal de 1812, gozó de ese estatus durante el trienio liberal, la Primera República y la Segunda República. La historia es bien conocida: los reyes borbones y el generalísimo se encargaron de decantar la contienda, en la Constitución del 78 no quisieron (o no se atrevieron) a remover el litigio.
¿Puede una marcha militar representar la pluralidad identitaria de un país que pretende ser democrático? El asunto está complicado, y más aún cuando se ningunea la memoria histórica, no se dialoga y los agentes enfrentados se enrocan en sus dogmas.

Publicado no Progreso o 3-6-2017

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