Carlo R. Sabariz
A cada semana que pasa, la gente está más convencida de que los
políticos constituyen más un problema que una solución, y es que no dejan de
hacer méritos para ello. Los últimos en saltar a la palestra han sido Francisco
Granados -otro delfín descarriado de Esperanza Aguirre-, Marcos Martínez -el
Presidente de la Diputación de León- y los alcaldes de Collado-Villalba,
Casarrubuelos, Serranillos del Valle, Torrejón de Velasco, Valdemoro y Parla.
Sus méritos: montar una “trama organizada” de “relaciones personales e
influencias políticas” con el fin de conseguir adjudicaciones irregulares de
contratos públicos en su beneficio. Éstos y otros treinta señores han sido
detenidos, y el juez de la Audiencia Nacional, Eloy Velasco, ha dictado prisión
incondicional sin fianza contra los principales implicados. Esta medida
cautelar es dispuesta a la vista de “las redes clientelares descubiertas” y la
“alta probabilidad de reiteración delictiva, pues en el caso de los
conseguidores es un auténtico modus vivendi”. Vaya, unos profesionales, con
traje y corbata, del robo organizado.
Esta redada, bautizada como “operación púnica”, ha llegado a desplazar
de la primera plana a la propia familia Pujol o al escándalo de Bankia y sus
desfalcos múltiples, y viene a sumarse a una larga lista, demasiado larga, de
políticos que se sirven de la política para su desmesurado afán lucrativo. Tal
intensidad delictiva -y de lo que no nos enteramos- nos hace preguntarnos hasta
qué punto no es endémica la corrupción en este país. Y es que además, que ahora
se hayan destapado tal cantidad de casos, no significa que ahora haya más
corrupción que antes, sino algo más decepcionante, que antes existía igualmente
pero quedaba encubierta e impune. Y ya no son casos puntuales, proliferan como
setas en otoño.
Tal como insistieron Camus o Sartre, el responsable de los propios
actos es ante todo uno mismo. Aquí no vale poner paños calientes, o echar
balones fuera o poner cara de niño compungido, estos individuos eran plenamente
conscientes de lo que hacían y del delito que ello implicaba. Hay
premeditación, deliberación, asociación, alevosía, nocturnidad y todo tipo de
agravantes. Como ha dicho el presidente del gobierno esta semana: “El que la
hace, la paga”. Esperamos que así sea.
No obstante, depurada la primera responsabilidad, el grado de
corrupción es tan abrumador que ello debe hacernos reflexionar sobre el nivel
de responsabilidad que tenemos como sociedad. Algo debe fallar para que estos
individuos saqueen lo público con tanto desparpajo y tanta impunidad, algo debe
fallar a nivel moral para que abunden tantos comportamientos delictivos.
Pienso que la base del problema es la falta de una cultura democrática
fuerte. El hecho de tener una constitución de principios democráticos y un
aparato legal es un punto de partida clave, pero no es más que un marco formal,
muy maleable y fácilmente pervertible, si no se sostiene sobre una mentalidad y
una ética democráticas. Así lo expresaba el filósofo y pedagogo norteamericano
John Dewey hace ya más de cien años: “Decir que la democracia es únicamente una
forma de gobierno es como decir que un hogar es más o menos una disposición
geométrica de ladrillos y argamasa; o que una iglesia es un edificio con bancos
de madera, púlpito y chapitel. Es verdad, ciertamente lo son en gran medida.
Pero son infinitamente mucho más. La democracia es una concepción ética, y
sobre su significación ética se edifica su significación como forma de
gobierno. La democracia es una forma de gobierno sólo porque es una forma de
asociación moral y espiritual.” [Dewey, EW 1:240]
Sin embargo, esta forma de entender la sociedad ha sufrido a lo largo
de la historia de España muy fuertes resistencias. Ciertamente, esta historia
no ha sido favorable a los aires de libertad, igualdad y soberanía popular, y
como no podía ser de otra forma, ello ha influido directamente en los rasgos de
la mentalidad española. Dicho de otra forma: el genoma democrático no está aún
verdaderamente instalado en el ADN español. En este ADN, o imaginario
colectivo, no se encuentra un sentido de lo público o de lo que significa el
sistema de derechos y deberes -básicamente, dar y recibir, y no sólo chupar del
bote-.
En cuanto a las vicisitudes de este imaginario, cabe recordar que en
buena parte está construido a partir de la unidad política que conquistaron los
Reyes Católicos a golpe de espada, expulsando
a musulmanes y judíos. Cabe recordar también que en los tiempos en que
en Europa se expandía el movimiento ilustrado y el pueblo se rebelaba contra
los poderes absolutistas, en España era la Santa Inquisición quien gobernaba la
vida de los españoles. Uno de los mitos -viriles por antonomasia- que más ha
contribuido al imaginario colectivo, la expulsión de los franceses en la
llamada “guerra de la independencia”, significó en realidad echar a patadas a
quien traía un código civil para los ciudadanos y un modelo de soberanía
popular.
Cabe recordar también que en el momento en que una alianza de partidos
de izquierda -el Frente Popular- alcanzó el poder por medio de las urnas bajo
un modelo democrático incipiente, una parte del ejército organizó un alzamiento
militar, hablando en plata, un golpe de Estado por la fuerza, con el apoyo
social de ciertos sectores -parte de la nobleza, la Iglesia o la Falange.
Ciertamente, no es que haya habido muchos periodos democráticos en nuestro
país, no es como para sacar pecho. Es urgente que en el país se desarrolle una
ética y una mentalidad democráticas, así como que las instituciones de control
puedan hacer su trabajo. Las actuaciones de estos políticos corruptos, aparte
de constituir un delito de la máxima gravedad, suponen un enorme socavón en ese
largo camino.
Publicado no Progreso o 1-11-2014
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