martes, 4 de noviembre de 2014

La “marca” España: corrupción y pandereta



Carlo R. Sabariz

A cada semana que pasa, la gente está más convencida de que los políticos constituyen más un problema que una solución, y es que no dejan de hacer méritos para ello. Los últimos en saltar a la palestra han sido Francisco Granados -otro delfín descarriado de Esperanza Aguirre-, Marcos Martínez -el Presidente de la Diputación de León- y los alcaldes de Collado-Villalba, Casarrubuelos, Serranillos del Valle, Torrejón de Velasco, Valdemoro y Parla. Sus méritos: montar una “trama organizada” de “relaciones personales e influencias políticas” con el fin de conseguir adjudicaciones irregulares de contratos públicos en su beneficio. Éstos y otros treinta señores han sido detenidos, y el juez de la Audiencia Nacional, Eloy Velasco, ha dictado prisión incondicional sin fianza contra los principales implicados. Esta medida cautelar es dispuesta a la vista de “las redes clientelares descubiertas” y la “alta probabilidad de reiteración delictiva, pues en el caso de los conseguidores es un auténtico modus vivendi”. Vaya, unos profesionales, con traje y corbata, del robo organizado.
Esta redada, bautizada como “operación púnica”, ha llegado a desplazar de la primera plana a la propia familia Pujol o al escándalo de Bankia y sus desfalcos múltiples, y viene a sumarse a una larga lista, demasiado larga, de políticos que se sirven de la política para su desmesurado afán lucrativo. Tal intensidad delictiva -y de lo que no nos enteramos- nos hace preguntarnos hasta qué punto no es endémica la corrupción en este país. Y es que además, que ahora se hayan destapado tal cantidad de casos, no significa que ahora haya más corrupción que antes, sino algo más decepcionante, que antes existía igualmente pero quedaba encubierta e impune. Y ya no son casos puntuales, proliferan como setas en otoño.
Tal como insistieron Camus o Sartre, el responsable de los propios actos es ante todo uno mismo. Aquí no vale poner paños calientes, o echar balones fuera o poner cara de niño compungido, estos individuos eran plenamente conscientes de lo que hacían y del delito que ello implicaba. Hay premeditación, deliberación, asociación, alevosía, nocturnidad y todo tipo de agravantes. Como ha dicho el presidente del gobierno esta semana: “El que la hace, la paga”. Esperamos que así sea.
No obstante, depurada la primera responsabilidad, el grado de corrupción es tan abrumador que ello debe hacernos reflexionar sobre el nivel de responsabilidad que tenemos como sociedad. Algo debe fallar para que estos individuos saqueen lo público con tanto desparpajo y tanta impunidad, algo debe fallar a nivel moral para que abunden tantos comportamientos delictivos.
Pienso que la base del problema es la falta de una cultura democrática fuerte. El hecho de tener una constitución de principios democráticos y un aparato legal es un punto de partida clave, pero no es más que un marco formal, muy maleable y fácilmente pervertible, si no se sostiene sobre una mentalidad y una ética democráticas. Así lo expresaba el filósofo y pedagogo norteamericano John Dewey hace ya más de cien años: “Decir que la democracia es únicamente una forma de gobierno es como decir que un hogar es más o menos una disposición geométrica de ladrillos y argamasa; o que una iglesia es un edificio con bancos de madera, púlpito y chapitel. Es verdad, ciertamente lo son en gran medida. Pero son infinitamente mucho más. La democracia es una concepción ética, y sobre su significación ética se edifica su significación como forma de gobierno. La democracia es una forma de gobierno sólo porque es una forma de asociación moral y espiritual.” [Dewey, EW 1:240]
Sin embargo, esta forma de entender la sociedad ha sufrido a lo largo de la historia de España muy fuertes resistencias. Ciertamente, esta historia no ha sido favorable a los aires de libertad, igualdad y soberanía popular, y como no podía ser de otra forma, ello ha influido directamente en los rasgos de la mentalidad española. Dicho de otra forma: el genoma democrático no está aún verdaderamente instalado en el ADN español. En este ADN, o imaginario colectivo, no se encuentra un sentido de lo público o de lo que significa el sistema de derechos y deberes -básicamente, dar y recibir, y no sólo chupar del bote-.
En cuanto a las vicisitudes de este imaginario, cabe recordar que en buena parte está construido a partir de la unidad política que conquistaron los Reyes Católicos a golpe de espada, expulsando  a musulmanes y judíos. Cabe recordar también que en los tiempos en que en Europa se expandía el movimiento ilustrado y el pueblo se rebelaba contra los poderes absolutistas, en España era la Santa Inquisición quien gobernaba la vida de los españoles. Uno de los mitos -viriles por antonomasia- que más ha contribuido al imaginario colectivo, la expulsión de los franceses en la llamada “guerra de la independencia”, significó en realidad echar a patadas a quien traía un código civil para los ciudadanos y un modelo de soberanía popular.
Cabe recordar también que en el momento en que una alianza de partidos de izquierda -el Frente Popular- alcanzó el poder por medio de las urnas bajo un modelo democrático incipiente, una parte del ejército organizó un alzamiento militar, hablando en plata, un golpe de Estado por la fuerza, con el apoyo social de ciertos sectores -parte de la nobleza, la Iglesia o la Falange. Ciertamente, no es que haya habido muchos periodos democráticos en nuestro país, no es como para sacar pecho. Es urgente que en el país se desarrolle una ética y una mentalidad democráticas, así como que las instituciones de control puedan hacer su trabajo. Las actuaciones de estos políticos corruptos, aparte de constituir un delito de la máxima gravedad, suponen un enorme socavón en ese largo camino.

Publicado no Progreso o 1-11-2014

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