domingo, 4 de diciembre de 2016

Reflexión urgente sobre reválidas y filosofía



 Juan Carlos Fernández Naveiro
 
Los alumnos y sus familias ya pueden respirar un poco más tranquilos, los que acaben el bachillerato este año solo se tendrán que examinar de materias cursadas en 2º curso, y no de 1º, como ocurría con la Filosofía en el proyecto inicial, una idea descabellada que estaba generando muchos problemas y que finalmente ha sido abandonada. Al final ni prueba tipo test ni valor académico ni ninguna diferencia sustancial con la selectividad de todos estos años excepto en la desaparición de la prueba de Filosofía, al no ser ya común en 2º. Un problema resuelto, a favor de los intereses inmediatos del alumnado, consiguiendo contraponerlos al colectivo de profesores de Filosofía, que llevaba años reivindicando la recuperación del carácter común de la historia de la Filosofía en 2º, un elemento que resultaba incómodo en el nuevo puzzle de asignaturas de la Lomce.

Obra maestra de la estrategia, que crea la ocasión idónea para diluir el conflicto con la Filosofía de forma que sea grata al público en general y, de paso, encaminarla a la desaparición, convirtiéndola en una asignatura marginal e irrelevante. ¡Chapeau! Muerto el perro ya no más conflicto con la Filosofía. Parece una obra maestra de la estrategia, si no estuviésemos asistiendo a la más burda improvisación en la implantación de la Lomce, si no observásemos la carencia de una idea o proyecto consistente de lo que se quiere conseguir con la educación, y su utilización como elemento de presión política o arma negociadora, subsidiada a otras políticas sectoriales (algo de reforma laboral o de ley mordaza o de Lomce, todo sea por un pacto educativo o por el empleo o la seguridad nacional)... ¡Consenso obliga!

Pero algo de diseño sí parece haber, alguna idea en torno a lo que es calidad: vaciar el modelo educativo del componente humanístico y crítico, reacio a dejarse evaluar objetivamente; convertir la educación en un proceso puramente técnico y objetivable, reductible a interacciones mecánicas y reproducibles en cualquier circunstancia, máximamente estandarizado, que coarta la innovación y se aleja de la práctica docente real: listados abrumadores de estándares de aprendizaje, con apartados, subapartados y subsubapartados, sin importar si hay tiempo para dotarlos de un mínimo de contenido. Resulta patético ver a legiones de profesores gastando su tiempo y energía en el formateo técnico de documentos que son papel mojado, inútil y muerto desde el momento en que cruzas la puerta del aula, documentos con aroma de despacho y moqueta, y no de aula, tiza y sangre caliente de inquietud estudiantil. Tests y evaluaciones externas por agencias independientes son algunas de las cosas que se han caído por el camino (es la parte de improvisación), pero el modelo sigue ahí, esperando el consenso.

No niego que parte de la responsabilidad de lo que pasa con la Filosofía pueda recaer en el ombliguismo de sectores del profesorado, empeñado en un elitismo de la pureza, de espaldas a realidades que se desprecian. A veces nos hemos buscado el ser víctimas de cierta inevitable modernización y, en cualquier caso, ahora nos espera ocupar un reducto académico y, desde ahí, someternos a un arduo reciclaje y poner en práctica una resistencia y una libertad cada vez más escasas, a la espera de que lleguen (desde fuera, al hilo de nuestro tradicional papanatismo cultural) improbables tiempos mejores, en los que se redescubra la rentabilidad (a futuro, pero hoy intangible) del saber humanístico. La filosofía, luminoso faro de los días, pero también vuelo vespertino de la lechuza que se interna en la noche.

Publicado no Progreso o 26-11-2016

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