Carlo R. Sabariz
¿No tienen ustedes la sensación de que se está aprovechando la crisis como
excusa o coartada para introducir medidas que perjudican a la mayoría de la
gente?
La semana pasada, la comisión de expertos a la que el gobierno había
encargado la elaboración de un proyecto de reforma fiscal entregó sus
conclusiones. Fundamentalmente, el informe propone rebajar los impuestos
directos -IRPF y Sociedades-, y subir los indirectos -el IVA-. El propio
presidente de la comisión, el señor Lagares, tuvo que admitir: “Hemos diseñado
un esquema duro de asumir”. ¿Duro para quién?
Veamos alguna de las propuestas. La primera que llama la atención es la
subida del IVA. Si el gobierno adopta esta medida, la carne, el pescado, el
agua y en general todos los alimentos elaborados pasarán de tener un IVA del
10% a uno del 21%. El impuesto sobre el consumo, aunque el señor Lagares se atreva a calificarlo como
un impuesto “neutro”, no tiene nada de imparcial y es el impuesto que más
perjudica a las rentas bajas. Cuando cualquiera de nosotros va a comprar
una botella de agua, paga el mismo tipo
de IVA, pero ya me dirán ustedes cuánto supone esta carga para una renta de 400€ al mes, y cuánto supone esa
misma carga para una renta de 10.000€ al mes. Hay que pensar además que cuanto
menores son los ingresos de una familia, mayor porcentaje de renta tiene que
dedicar al consumo, más le pesan todos esos porcentajes en los productos y
bienes que tiene que adquirir.
En cuanto a los impuestos directos, los expertos recomiendan reducir el
impuesto de sociedades, así como rebajar sustancialmente lo máximo que pagan
las rentas más altas. Además, aconsejan recuperar la Ley Beckam, un régimen
especial para deportistas, ejecutivos y
científicos extranjeros que vienen a trabajar a España. Esto significa que un
deportista de élite -de los que ganan multiceros- pasaría de tributar un 52% a
un 20% de su salario.
También proponen rebajar las rentas del capital -es decir, suavizarle los
impuestos a los que especulan mientras se endurecen las condiciones de trabajo
y las cargas impositivas de quienes trabajan-, suprimir el impuesto de
patrimonio, rebajar el de transmisiones, y en cambio, introducir un impuesto
sobre la vivienda habitual. Ya me dirán a quién beneficia todo esto.
Según los cálculos de la propia comisión, la primera parte de la reforma,
la bajada de impuestos directos, supondría una pérdida de recaudación de unos
10.000 millones, aunque esta pérdida se compensaría con la subida del IVA, que
aportaría otros 10.000 millones. O sea, que después de tanta reforma, hacienda
va a recaudar lo mismo. Lo comido por lo servido. Ni más recaudación para
cubrir el déficit y el gasto público, ni ayuda al crecimiento pues el consumo
se frena si todo es más caro. Según estas cuentas, las rentas más altas y las sociedades
se van a ahorrar 10.000 millones que vamos a pagar entre todos a golpe de IVA.
Yo me pregunto cómo en un momento como éste, en el que la gente de a pie
está pagando una deuda que no ha provocado, se atreven a lanzar un propuesta de
este cariz. Creo que para entender este atrevimiento, es interesante conocer lo
que plantea Naomi Klein -atención, no es una modelo, es una periodista
canadiense- en su libro “La doctrina del shock”.
La “terapia de shock” o “tratamiento de choque económico” es en realidad
una táctica que inventó el laureado economista Milton Friedman. Este señor,
ideólogo del fundamentalismo capitalista, creía ante todo en una santa trinidad
política: eliminar el rol público del Estado, permitir la absoluta libertad de
movimiento de las empresas, y eliminar prácticamente el gasto social. El
problema para este dogma es que las medidas que puede plantear son siempre
tremendamente impopulares. La gente, en condiciones normales y democráticas, no
las acepta de buen grado -normal, benefician a una élite y perjudican al resto
de la población-, pero sí es capaz de asimilarlas cuando se da una situación de
crisis o un desastre natural. Esta es la táctica del shock que propone
Friedman: aprovechar los momentos de trauma colectivo para dar el pistoletazo
de salida a reformas económicas y sociales de corte radical, y hacerlo de
manera rápida e inmediata. Así explica Naomi Klein esta estrategia: «Esperar a
que se produzca una crisis de primer orden o estado de shock, y luego vender al
mejor postor los pedazos de la red estatal a los agentes privados mientras los
ciudadanos aún se recuperan del trauma, para rápidamente lograr que las
“reformas” sean permanentes».
Naomi Klein analiza distintos episodios de las últimas tres décadas en los
que gobiernos sin escrúpulos adoptaron esta estrategia: el golpe de Estado de
Pinochet -cuyo principal asesor económico fue precisamente Milton Friedman-, la
terapia de choque leve de Margaret Thatcher, la reforma del mercado libre en
Bolivia, la crisis asiática de 1997, el 11S y la invasión de Irak, o la gestión
privatizadora de la administración Bush en la catástrofe del Katrina.
Hay que tener presente que las altas instancias económicas -FMI, Banco
Mundial, BCE,...- consideran a Milton Friedman como su profeta, las mismas
instancias que han guiado la elaboración del informe sobre la reforma fiscal de
la comisión de sabios. La crisis económica y política es nuestro shock y este
informe funciona como un electroshock más. Inmunizarse contra esto está
difícil, pero comprender lo que plantea Naomi Klein puede ayudar.
Publicado no Progreso o 22-3-2014
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